23 abr 2011

Wilhelm Furtwangler (4)

A pesar de su coraje, Furtwängler no actuó por puro altruismo. Casi todo lo que hizo fue con la intención de preservar la integridad de la música germana. Pero dado que Furtwängler se consideraba a sí mismo como el ejemplo más importante de este arte, su actividad sirvió para consolidar su estatus y gratificar su ego. Difícilmente Furtwängler podría compararse con Raoul Wallenberg, Oskar Schindler y otros héroes que no tuvieron nada que ganar y que actuaron puramente como una cuestión de conciencia, sacrificando en última instancia todo lo que tenían con el fin de oponerse al genocidio nazi. Enfocado exclusivamente en el arte, Furtwängler simplemente no se preocupaba él mismo por el más amplio contexto social.

Este limitado enfoque produjo resultados mixtos. Ligado de manera inextricable a cada uno de los loables objetivos y logros de Furtwängler, hubo un inconveniente no deseado. A pesar de sus intenciones culturales válidas, sin saberlo, reforzó el esfuerzo de la guerra alemana.

Por ejemplo, Furtwängler aceptó la vicepresidencia del sindicato, obligatorio, de los artistas, y se desempeñó en una comisión que aprobaba todos los programas de los conciertos públicos. Asumió estas posiciones de liderazgo para maximizar así su impacto en la preservación de la integridad cultural y asegurar la exposición para los compositores y artistas de calidad. Pero su constante visibilidad también sirvió para legitimar y darle credibilidad al régimen nazi, no solo ante los ojos de los observadores extranjeros, sino también para la ciudadanía: después de todo, ¿cómo podían los nazis ser de los más bárbaros y depravados si alguien como Furtwängler podía coexistir con ellos?

Del mismo modo, después de la Guerra muchos aseguraron que los conciertos de Furtwängler sirvieron para reunir miembros de la Resistencia. Estos eventos lograron reunir a un grupo de líderes culturales para una Alemania de posguerra que se jactaría del humanismo por sobre el militarismo. Incluso fuera de Alemania, muchos inmigrantes fueron inspirados por Furtwängler como un símbolo de su disidencia.

De esta manera, las actividades de Furtwängler en plena Guerra puede que hayan producido beneficios humanitarios duraderos. Pero sin embargo, a corto plazo, tuvieron el efecto contrario.

Como Sam Shirakawa, biógrafo, lo señala con gran acierto, Furtwängler pudo haber ofrecido su arte en aras de los “verdaderos alemanes”, pero no tenía el control sobre su difusión. Por lo tanto, sus conciertos se transmitían para reforzar la moral de las tropas. Y lo que es peor, Hitler y sus más altos secuaces a menudo asistían a los conciertos de Furtwängler para regodearse en su bálsamo musical. Ese mismo bálsamo puede haber adormecido las frustraciones de los intelectuales y artistas y haberlas llevado hacia la indiferencia y desviado sus energías de la oposición activa a la guerra y el genocidio.

Furtwängler sólo veía su música como una fuerza de redención moral. Una vez le dijo a Toscanini: “Los seres humanos son libres siempre que se interprete a Wagner y Beethoven, y si no son libres al principio, son liberados mientras escuchan estas obras”. Pero los corazones de los soldados nazis no se derritieron, y las almas de sus líderes probaron ser insensibles a la redención estética. Estos responsables de (o, en el mejor de los casos, indiferentes hacia) el exterminio de millones de inocentes, ¿tienen realmente el derecho de que sus conciencias sean liberadas por la gloria de la música?

Ni tampoco el punto de vista personal de Furtwängler estuvo libre de la paradoja. De hecho, incluso su actitud hacia los judíos era inconsistente. Uno de los axiomas de la ingeniería social nazi era que los judíos eran incapaces de ser verdaderos alemanes espirituales, y por lo tanto eran menos que plenamente humanos y una contaminación social. En ninguna otra parte este absurdo de esta presunción era más evidente que en la música clásica, ya que muchos de los mejores artistas de Alemania era judíos. De hecho, el pianista Arthur Schnabel, judío, era aclamado universalmente como el exponente por excelencia de Mozart, Schubert y especialmente Beethoven, la quintaescencia de la música alemana. Y sin embargo, a pesar de que estaba idealmente equipado para rechazar el punto de vista nazi racista, Furtwängler a menudo hacía distinciones entre dos clases de judíos.

Por un lado, apoyaba fervientemente a los judíos que habían llegado a la cima de sus carreras profesionales musicales, artísticas, científicas o académicas. Furtwängler se opuso con vehemencia a los esfuerzos nazis de expulsar a tales personas, ya que se habían convertido en una parte integral y contribuyentes significativos de la cultura alemana. La gran mayoría de los judíos a quienes Furtwängler ayudó eran profesionales (o sus familias o conocidos).

Por otro lado, Furtwängler aparentemente consideraba que los judíos fuera de estos exaltados rangos eran potencialmente subversivos y, por lo tanto, prescindibles. Aprobaba ataques sobre la supuesta dominación judía de periódicos porque, desde su punto de vista, esto reemplazaba el desarrollo de una prensa verdaderamente “germana”. Del mismo modo, parecía permitir el boicot hacia comercios judíos, protestando solamente por la publicidad extranjera adversa y la amenaza de un desborde que pudiera agotar a las artes.

Incluso en mayo de 1945, Furtwängler no parecía comprender plenamente las consecuencias del racismo nazi. Desde la perspectiva geográfica e histórica de su santuario en Suiza, tuvo tiempo suficiente para reflexionar sobre la década anterior.

Sin embargo, su principal preocupación se convirtió en el temor de que a raíz de la derrota de las ahora públicas atrocidades se culparía al pueblo alemán entero, ignorando así su grandeza cultural y su nobleza interior. A pesar de todo lo que había presenciado, Furtwängler simplemente no podía aceptar que la cultura que alguna vez había producido a Goethe y a Beethoven ahora se había podrido en un lodazal de botas militares y crematorios.

Fred Prieberg llama a esto una mitología de protección que se creó Furtwängler para protegerse a sí mismo de la responsabilidad en un mundo real en el que las civilizaciones caen, en el que los pueblos son responsables de sus líderes, y en el que el arte no puede ser tan convenientemente aislado de la política. La tragedia de Furtwängler fue que tuvo que creer esta ilusión de permanente mérito cultural alemán para poder justificar la obra de su vida. Concluye Prieberg: “Furtwängler se sacrificó ante su propia ficción”.

En los últimos años, hemos sido agasajados con un patético desfile de artistas alemanes de avanzada edad alegando una inocente ignorancia acerca del Holocausto. ¿Furtwängler hubiera sido uno de ellos? Aparte de algunas pocas expresiones de vergüenza de posguerra, no evidencias de que Furtwängler haya tomado alguna vez una posición en contra de la terrible culminación de su casual tolerancia del antisemitismo. En efecto, parece inconcebible que un hombre que pasó tanto de su tiempo estudiando de cerca a los líderes políticos y las tendencias sociales haya sido genuinamente ignorante de esta piedra angular de la política y las actividades nazis. O, a sabiendas, ¿vio al mundo a través de anteojeras artísticas y simplemente no le importó?

Las especulaciones sobre el estado mental de Furtwängler son confusas e inconcluyentes. Sin embargo, por suerte hay un índice mucho más confiable de su conciencia. Cuando escuchamos interpretaciones durante la guerra de Strauss, Böhm, von Karajan, Krauss, Mengelberg, y otros moralistas del Eje, escuchamos a directores totalmente en paz consigo mismos, felizmente ajenos a los horrores que los rodeaban, cómodamente ubicados en sus mundos insulares de satisfacción artística abstracta.

Pero la producción de Furtwängler de esta época tiene una dimensión completamente diferente, llegando mucho más allá de los límites de la tradición clásica aceptada, distendida por estructuras brutalmente retorcidas, tempos indignantes, fraseos irregulares, balances bizarros y dinámicas violentas. Esta no es simplemente la expresión de un nazi de corazón frío. Sino que, clara e irrefutablemente denota a un hombre sensible y profundamente problematizado, atormentado por sus conflictos internos y las dudas de su alma dolida, siempre a punto de estallar con el tormento.

El debate sobre las concepciones políticas de Furtwängler en tiempos de guerra puede continuar girando entre los académicos, los historiadores y los filósofos sociales, pero su arte le confiere la fundamental prueba de su humanidad. No hay espacios para las sutilezas o las dudas. Posiblemente nadie que sea sensible a la interpretación de la música pueda confundirlo.-


Traducido de:


Peter Gutmann: Wilhelm Furtwängler: Genius Forged in the Cauldron of War / en: Classical Notes


Para ver el art. original: Click Aquí